Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar.

- José Martí

Thursday, June 18, 2009

La "soberanía Popular"

"El PPD promueve un pacto renovado que afirme indudablemente que el Estado Libre Asociado es soberano en asuntos regidos por su Constitución" (énfasis suplido), indicó Héctor Ferrer el 15 de junio en una ponencia que presentó ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas. Como podrán ver en el post anterior a este, no nos sorprende que a eso se dirigiera Ferrer con la “soberanía popular”, pero la cosa parece ser hasta peor de lo que pensábamos.

Ahora, la soberanía de los puertorriqueños se limitaría a los asuntos regidos por la Constitución del Estado Libre Asociado, es decir, todos aquellos asuntos regidos por las leyes y regulaciones de los Estados Unidos estarían fuera del alcance de nuestros "poderes soberanos". El objetivo del "pacto renovado" sería simplemente dejar claro que en cuanto a aquellas áreas controladas por nuestro ordenamiento constitucional interno (por ejemplo, el funcionamiento de nuestro sistema electoral, los procesos mediante los cuales se adoptan leyes y reglamentos en Puerto Rico y la concesión de permisos), Estados Unidos no puede inmiscuirse. Ya ni siquiera se trata de libre asociación, sino de que Estados Unidos respete los poderes de Puerto Rico bajo la Constitución del Estado Libre Asociado (en otras palabras, que el juez Domínguez no pueda invalidar los pivazos, que el Tribunal Federal no pueda fijar el precio de la leche, en fin, que el ELA funcione 'como Dios manda').

Sin embargo, seguramente ya los libreasociacionistas del PPD encontraron una excusa para permanecer en el partido. Quizás apunten al “hecho histórico” de que el PPD siempre ha defendido la soberanía (según algunos el PPD defiende la libre asociación desde la década del 1950, incluso antes de que se acuñara el término en el derecho internacional). Los más leales al ideal 'soberanista' probablemente señalen que Ferrer se ha apartado de la línea soberanista del PPD, y que ellos, quienes representan esa posición histórica, no se detendrán en sus esfuerzos de que el PPD respete lo que alegadamente ha sido reiterado una y otra vez por todos los organismos del partido. ¿Será posible?

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Friday, June 12, 2009

De soberanía popular, poderes últimos, y malas traducciones

Las expresiones de Héctor Ferrer sobre el “Desarrollo del ELA” en el Consejo General del PPD el pasado 7 de junio fueron aplaudidas por el sector “soberanista” de ese partido. Parte de la celebración se debe a que Ferrer señaló que es necesario “fortalecer la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos, con un Pacto de Asociación basado en un ELA no colonial ni territorial, basado en la soberanía popular, que nos ofrezca herramientas adicionales para crear riqueza y empleos” (énfasis suplido). La referencia a la “soberanía popular” apeló al apetito de los libreasociacionistas, para quienes dicha expresión evidencia que el partido se mantiene en un claro rumbo hacia la soberanía. Sin embargo, la prensa del país se ocupó de aguarles la fiesta al señalar que Ferrer defendía la “soberanía popular” y no la “soberanía nacional”.

¿Tiene sentido hablar de soberanía popular y de soberanía nacional en el contexto del debate en torno al estatus de Puerto Rico? Si y no. Comencemos con un breve examen de ambas concepciones. Conforme a la tesis de la soberanía popular (generalmente asociada a Rousseau), el titular de la soberanía es el pueblo, lo que quiere decir que los representantes electos por el pueblo mediante el sufragio vienen llamados a poner en práctica la voluntad de los ciudadanos. Es decir, el gobierno debe actuar en conformidad al mandato de los electores, independientemente de cuan sabio o conveniente entienda sea ese mandato. Además, el pueblo retiene el derecho a ejercer su soberanía directamente, aun luego de haber elegido sus representantes a la asamblea legislativa. Esta teoría tiene diferentes vertientes y en tiempos contemporáneos está relacionada a mecanismos como los referendums revocatorios y las iniciativas populares para enmendar la constitución, mecanismos presentes en los ordenamientos de países como Venezuela, Ecuador, y Bolivia.

Conforme a la tesis de la soberanía nacional (la cual generalmente se asocia con Sieyes), la soberanía reside en la nación, no en los ciudadanos. Esto quiere decir que los gobernantes vienen llamados a representar la voluntad de la nación, y por lo tanto, una vez electos, no están obligados a actuar conforme a la voluntad de los electores. El voto aparece aquí como un vehículo de la nación para elegir a sus representantes (a los de la nación), no como una expresión del mandato de los ciudadanos para que se adopten determinadas políticas públicas. Rousseau criticaría esta posición por desvincular la voluntad popular a la de la nación. De ahí su famoso comentario sobre el sistem inglés: “Los ingleses creen que son libres, pero sólo lo son durante las elecciones de diputados. Después son esclavos, no son nada. Durante el breve período de su libertad, el uso que hacen de ella merece bien que la pierdan.” Esto de que conforme a la tesis de la soberanía nacional el gobierno no viene obligado a actuar conforme a la voluntad de los ciudadanos puede sonar anti-democrático (y lo es), pero el hecho es que la mayoría de la “democracias liberales” (como Estados Unidos y la mayoría de los países Europeos) operan en la práctica bajo la teoría de la soberanía nacional. Un buen ejemplo es lo que sucedió en Puerto Rico con el referéndum de la unicameralidad: aunque estaba claro que la voluntad de los electores era transformar la legislatura a una unicameral, la legislatura del país decidió que no convenía hacerlo y el Tribunal Supremo de Puerto Rico le dio el visto bueno a tal decisión.

En cierto modo, la distinción entre soberanía popular y soberanía nacional sólo es relevante para los ordenamientos constitucionales de cada país. Es decir, cuando se habla de soberanía en el contexto del estatus internacional de un país esta distinción se torna innecesaria: en ese contexto (jurídico) la soberanía es una sola. Por ejemplo, tanto bajo Allende como bajo Pinochet, Chile era igual de soberano desde la perspectiva de las relaciones internacionales (lo que demuestra, como hemos señalado anteriormente, que obtener la soberanía en términos jurídicos no es suficiente para resolver los problemas de un pueblo). En las relaciones internacionales la idea de "soberanía popular" generalmente se ve como un asunto "interno", pues el reconocimiento de un territorio como estado soberano no depende de cómo estén internamente organizadas sus estructuras de gobierno. Sin embargo, no es menos cierto que hablar tanto de “soberanía popular” como de “soberanía nacional” (según estas fueron definidas en los párrafos anteriores) tiene unas implicaciones importantes respecto al estatus, pues una consequencia directa de ambas tesis es que el pueblo o la nación solamente pueden estar sujetos a las leyes y a la constitución adoptadas por ellos mismos (es decir, no pueden estar sujetos a las leyes de otro pueblo o de otra nación como sucede en las colonias como Puerto Rico). Es en ese sentido que puede decirse que hablar de soberanía popular o de soberanía nacional implica hablar de soberanía en términos de estatus.

Pero cuando Ferrer habla de soberanía popular (de hecho, según han señalado algunos comentaristas radiales, el documento original leído por Ferrer tiene 'popular' en letra mayúscula, o sea “soberanía Popular”, lo que parece apuntar hacia un posible slogan), no está hablando de soberanía popular estrictamente en la tradición que hemos definido en los párrafos anteriores. Ferrer simplemente hizo tres cosas en ese discurso. Primero, tranquilizó al ala "soberanista" del partido, cosa que no es muy difícil de lograr con tan sólo enunciar alguna frase que suene a libre asociación: si algo caracteriza a ese grupo es que felizmente se agarran de cualquier cosa con tal de tener una excusa para permanecer dentro del PPD. Segundo, Ferrer intentó evitar asustar al sector más conservador del partido, pues la idea de "soberanía popular" puede entenderse (como en las relaciones internacionales) meramente como una cuestión de nuestro gobierno interno; es decir, quién es el que "manda" dentro el país (como señaló Ferrer en su discurso: "para que quede claro que aquí mandamos los puertorriqueños").

Tercero, Ferrer está reproduciendo la concepción de soberanía acogida por el PPD en la Asamblea del 2008: soberanía como el poder de “delegar competencias a Estados Unidos” o lo que es lo mismo, soberanía como el poder de enajenar la soberanía. Esto queda ejemplificado en una parte del discurso muy poco mencionada, donde Ferrer señala que hay que desarrollar el ELA para que “no nos apliquen las Leyes de Cabotaje”. Estamos de acuerdo en que las Leyes de Cabotaje no deben aplicar en Puerto Rico, pero esa expresión de Ferrer revela algo mucho más importante: bajo su concepción de desarrollo del ELA las demás leyes de Estados Unidos seguirían aplicando en Puerto Rico. Es decir, la soberanía del pueblo de Puerto Rico se limitaría a decidir, en un momento dado, que está dispuesto a que Estados Unidos siga ejerciendo gran parte de su poder en Puerto Rico. Evidentemente, un arreglo como ese constituye la negación de la idea de la soberanía popular, pues supone enajenar la soberanía, darle a alguien el poder para que decida por uno en el futuro.

La idea de enajenar la soberanía, sin embargo, parece ser consistente con cierta definición de soberania que comparten muchos independentistas y libre asociacionistas: la soberanía como “poder último”. Cada vez se escucha a alguien en Puerto Rico expresar que “un pueblo es soberano si tiene el poder último para decidir sobre sus asuntos” (para un ejemplo, por escrito, ver aquí), resulta difícil entender que quieren decir. ¿Por qué el poder último, por qué no simplemente “el poder para decidir sobre sus asuntos”? Eso de poder último, si se mira con cuidado, en realidad se trata de una mala traducción. En inglés, la soberanía casi siempre se define como “ultimate power” o “ultimate authority”, lo cual en español sería algo así como “poder o autoridad máxima”. Sin poder concluir si se trata meramente de una traducción poco clara o si la misma viene acompañada de alguna intención de confundir, de lo que no hay duda es que “poder máximo” no suena tan simpático a los oídos de aquellos que todavía le temen a la independencia e insiten en delegarle poderes a los EEUU, meramente reteniendo la última palabra sobre qué poderes se van a delegar. Esa "soberanía", llámesele "soberanía popular" o llámesele como se le llame, no es otra cosa que la continuación del colonialismo.


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Tuesday, June 2, 2009

El neoliberalismo y la desastrosa situación del trabajador en EEUU

Nota: Esta es la parte 3, sección 2 de nuestra serie "La situación del trabajo y el trabajador este primero de mayo".

El periodo neo-liberal que ha hecho crisis no se caracteriza simplemente por la privatización de bienes públicos. Como hemos visto, esto es parte del funcionamiento normal del capitalismo que busca penetrar todo tipo de relación social para garantizar que el trabajador dependa intensamente del mercado y lograr así explotarlo al máximo. Lo que define al neoliberalismo es la manera en que esa privatización ocurre.

El papel de las compañías transnacionales, la hegemonía de EEUU con su dólar, el sistema internacional financiero y el endeudamiento del trabajador son fundamentales para esa privatización (para análisis de la crisis que enfatizan la importancia de estas estructuras, en inglés, ver aquí). Todas estas estructuras se cebaron durante el periodo de la reconstrucción de la posguerra gracias a la alianza entre capitalistas y reformistas. Pero mientras las armas de los capitalistas se desarrollaron, las de los trabajadores no hicieron lo propio para ofrecer resistencia significativa, pues sólo tenían uniones que negociaban con los capitalistas los medios para obtener mejores condiciones de trabajo y más bienes de consumo sin desarrollar efectivamente estructuras alternativas. Cuando la alianza se volvió un obstáculo para los capitalistas, los trabajadores no estaban preparados para hacer frente al asalto de sus contrarios. (Ver parte 3, sección 1.)

Uno de los elementos más propios y, a nuestro juicio, más fundamentales de este periodo es la importancia que el crédito tiene en la apropiación capitalista de la riqueza. Aparte del mecanismo usual de apropiación de riqueza del capitalismo (la compra de la fuerza de trabajo que produce más de lo que necesita para reproducirse, a cambio de lo que el/la trabajador/a tan sólo necesita para poder regresar a trabajar al otro día) el capitalismo neo-liberal, sobretodo en EEUU, substituye el aumento de salario al/la trabajador/a por préstamos, endeudándolo así sistemáticamente. Los intereses que los trabajadores pagan financian más préstamos o producción propiamente, tanto en EEUU como en el resto del mundo. Más aún, la promesa de pagaré del trabajador le sirve al capitalista para especular. Los/las estadounidenses pueden comprar cada vez más bienes en el mercado producidos por compañías multinacionales porque aunque sus salarios se estancan desde los años 70, utilizan el crédito para satisfacer sus crecientes necesidades. Mientras más se endeudan y más compran los estadounidenses, más producen los sweatshops de las multinacionales al otro lado del mundo, las cuales por lo general emplean trabajadores en los países periféricos para los procesos estandarizados de manufactura mientras que emplean estadounidenses y otros trabajadores sumamente diestros en otros países del centro para procesos más sofisticados, como los de investigación y diseño. La deuda de los trabajadores, atada a cada vez más complicados derivados financieros, es vendida a inversionistas extranjeros quienes encuentran en ellas una inversión segura. La riqueza producida por los trabajadores al otro lado del mundo sirve para el financiamiento de la investigación y desarrollo, la compra de maquinaria y equipo avanzados, y el financiamiento de la deuda del/la trabajador/a en EEUU. En última instancia, sirve para pagar los relativamente altos pero estancados salarios del trabajador en EEUU, cuya fuerza de trabajo es más cara en virtud de todo el valor concentrado en su país, que requiere que el trabajador tenga más gastos, como por ejemplo, costosos entrenamientos.

La expansión del capital en este sistema implica la expansión del crédito del trabajador en EEUU y la super-explotación de los trabajadores en el resto del mundo. Asegurar el aumento del crédito y con ésto el poder adquisitivo del/la trabajador/a estadounidense se vuelve imprescindible. Para ésto hay que tomar por asalto las viejas instituciones y organizaciones, tanto en EEUU como en el resto del mundo, y re-privatizarlas para que tengan ganancias y sirvan para financiar la vorágine. Por ejemplo, las partes del estado benefactor que funcionaban como potes de fondos que el trabajador ponía para satisfacer sus necesidades (por ejemplo, los fondos para servicios de salud, educación, retiro, que el/la trabajador/a pagaba mediante sus impuestos) ya eran privados en el sentido de que el/la trabajador/a no los controlaba y su objetivo primordial era mantener una mano de obra saludable y diestra, y no plenamente sana ni creativa. La llamada privatización neoliberal lo que hizo en este caso fue desmantelar estos potes y, para todos los efectos, dárselos a bancos y aseguradoras, que cubrirían los gastos, siempre prestos a cobrar elevadas pólizas o intereses. El dinero que el capitalista obtiene de venderle al/la trabajador/a los medios para estar saludable o diestro, ahora se utiliza para especular o financiar otras empresas que le permitan al/a trabajador/a estadounidense estar en posición de pagar sus costosas pólizas y sus deudas. La función de mantener las destrezas del/la trabajador/a lo suficientemente sanas continúa, pero ahora no sólo a través de organizaciones más propiamente capitalistas sino que patrocinadas por y patrocinadoras del sistema de deudas.

El problema es que la necesidad de tomar por asalto esas viejas instituciones también pone al/la trabajador/a en una situación precaria. Esto es un problema serio porque el/la trabajador/a tiene que pagar su deuda para que el sistema funcione. La crisis estalla cuando una de las partes en el corazón del delicado andamiaje financiero internacional deja de poder pagar.

Esto ocurrió de manera definitiva en el mercado de bienes raíces de EEUU. Muchos trabajadores/as ya endeudados hasta la coronilla, utilizaron sus casas como garantía para préstamos hipotecarios con intereses que aumentarían con el tiempo. Los prestamistas que ahora han sido demonizados por prestarle a estos trabajadores/as con poca posibilidad de pago (los infames préstamos "sub-prime") habían estado siguiendo la lógica de la estructura global, según la cual el valor de la casa aumentaría cuando los intereses se utilizaran para otros proyectos que aumentarían la riqueza global, aumentando por tanto el valor de los bienes raíces. Esta fantasía no contemplaba, entre otras cosas, que el salario del/la trabajador/a no aumenta. Llegado el momento de pagar los intereses más altos, con sueldos que no aumentaban, endeudados hasta la coronilla, no pudieron pagar todas sus deudas, incluso la hipoteca de la casa, que es la última que uno deja de pagar. Dada la compleja interconexión de los derivados financieros, esto creó un efecto dominó con todas las deudas, que dependían de alguna manera de los pagarés de los/las trabajadores/as, extendiéndose en primer lugar a los/las trabajadores/as con buen crédito y luego al resto de la economía. El/la trabajador/a no paga sus deudas porque el sistema financiero se colapsa y le rompe el "leverage", y el sistema financiero se colapsa porque el/la trabajador/a no paga sus deudas. Eventualmente esto llega al sector industrial, que comienza a tomar las medidas típicas de una crisis (botar gente, forzar a los trabajadores a bajar sus salarios con la amenaza de despidos, etc.). Así no sólo el valor de las casas se desvanece y con ellas su "leverage," sino el salario de los trabajadores, y con ésto su posibilidades de pago. El resultado global de este proceso es que las mercancías producidas en el extranjero ya no se venden en EEUU, de manera que a nivel global vemos los procesos correspondientes de descomposición.

Podemos hacernos una idea mejor de la crisis al considerar que se espera que este año hayan más de 3,000,000 de desahucios en EEUU (Reuters, 16 de abril de 2009). Hay millones de personas que han sido desahuciados mientras las casas construidas con esfuerzo permanecen desoladas. Para marzo la tasa de desempleo en EEUU iba por 8.5% y la de los latinoamericanos en ése país por 11.4% (la tasa de participación para enero es de 65.5%, Bureau of Labor Statistics). En otras partes del mundo la situación se complica hasta el punto de surgir problemas tan básicos como de abastecimiento de alimento. En Puerto Rico, donde el ELA nunca pudo resolver el problema de emplear a la gente, la tasa de desempleo para enero era de 13% con una tasa de participación de 44% (Junta de Planificación). Pronto esto aumentara, gracias a las decenas de miles de empleados públicos que ya han comenzado a despedir.

En resumidas cuentas, hay millones de trabajadores con capacidad de trabajar desempleados, herramientas, máquinas y productos terminados que no se usan, mientras hay necesidad de los bienes que no se pueden consumir y, más recientemente, ni si quiera producir. Los/as estadounidenses siempre han pensado que son el centro del universo; en el caso del período de la posguerra y el período neoliberal capitalista con su crisis no estaban muy lejos de la verdad.
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