Nota: Este artículo fue escrito por Joel Colón Ríos y Manuel Marqués Bonilla. Lo hemos dividido en cuatro partes que publicaremos durante esta semana. Para leer la primera, segunda, y tercera parte, favor referirse al texto que le sigue a éste.
La necesidad de una lógica no colonial
El problema principal para Rivera es cómo obtener la libre asociación, pero se preocupa además por el problema colonial. No obstante, su teoría de soberanía no toma en cuenta las dimensiones reales del colonialismo y mucho menos puede plantear soluciones. Termina entonces con una soberanía de papel; una soberanía sin soberanía. Al que como a Rivera le interese el problema colonial debería ser consecuente y buscar una explicación a éste que dé soluciones concretas más allá del estatus. No es posible atacar efectivamente a la colonia si partimos de premisas que buscan resolver otros problemas. Mucho menos podemos si partimos de premisas que son producto de la relación colonial, que se dan por sentadas y se justifican a sí mismas.
Por el contrario, sí podemos (y debemos) atacar efectivamente el problema de la soberanía legal si atacamos la colonia. Para ello, no podemos tomar las herramientas tal y como la colonia nos las da. Necesitamos que la premisa con la que armamos nuestra explicación nos represente, no como colegas movilizando medios ya dados, sino como seres creadores, capaces de producir nuestros propios medios para resolver nuestros problemas, en especial las miserias que hemos creado nosotros mismos. Es así que podemos ir moldeando una soberanía verdadera. En este sentido, la educación sobre la soberanía que Rivera propone no debe limitarse a un catálogo de derechos legales, que a lo sumo le permitirían a uno hacer unos trámites burocráticos. Debe comenzar por reconocer la posición que uno ocupa en relación a los medios que uno tiene para resolver sus problemas inmediatos. A partir de ahí uno busca la manera más efectiva para resolverlos y comienza a entender que los medios y problemas que aparentan ser inmediatos son partes de una estructura y de unos problemas más amplios. Es esa estructura que no controlamos pero que sostenemos (y nos sostiene) la que tenemos que cambiar para que sea plenamente nuestra. Entonces uno puede comenzar a verse como soberano, pero como un soberano que se ha atrofiado, que necesita ponerse en forma y que tiene la posibilidad de hacerlo.
La necesidad de una lógica no colonial
El problema principal para Rivera es cómo obtener la libre asociación, pero se preocupa además por el problema colonial. No obstante, su teoría de soberanía no toma en cuenta las dimensiones reales del colonialismo y mucho menos puede plantear soluciones. Termina entonces con una soberanía de papel; una soberanía sin soberanía. Al que como a Rivera le interese el problema colonial debería ser consecuente y buscar una explicación a éste que dé soluciones concretas más allá del estatus. No es posible atacar efectivamente a la colonia si partimos de premisas que buscan resolver otros problemas. Mucho menos podemos si partimos de premisas que son producto de la relación colonial, que se dan por sentadas y se justifican a sí mismas.
Por el contrario, sí podemos (y debemos) atacar efectivamente el problema de la soberanía legal si atacamos la colonia. Para ello, no podemos tomar las herramientas tal y como la colonia nos las da. Necesitamos que la premisa con la que armamos nuestra explicación nos represente, no como colegas movilizando medios ya dados, sino como seres creadores, capaces de producir nuestros propios medios para resolver nuestros problemas, en especial las miserias que hemos creado nosotros mismos. Es así que podemos ir moldeando una soberanía verdadera. En este sentido, la educación sobre la soberanía que Rivera propone no debe limitarse a un catálogo de derechos legales, que a lo sumo le permitirían a uno hacer unos trámites burocráticos. Debe comenzar por reconocer la posición que uno ocupa en relación a los medios que uno tiene para resolver sus problemas inmediatos. A partir de ahí uno busca la manera más efectiva para resolverlos y comienza a entender que los medios y problemas que aparentan ser inmediatos son partes de una estructura y de unos problemas más amplios. Es esa estructura que no controlamos pero que sostenemos (y nos sostiene) la que tenemos que cambiar para que sea plenamente nuestra. Entonces uno puede comenzar a verse como soberano, pero como un soberano que se ha atrofiado, que necesita ponerse en forma y que tiene la posibilidad de hacerlo.
La democracia se hace mediante el pueblo cuando una cantidad de la gente grita suficiente los gobernadores escuchan. Si no grita no hay cambio. Pienso en las pirámides, la estructura de base grueso apuntado al cielo.
ReplyDeleteEstoy de acuerdo con el comentario de Isolani, lo único que cambiaría sería la imagen de la pirámide, pues ésta sugiere que siempre van a haber unos arriba que *gobiernan* a los de abajo. Es decir, el objetivo debería ser buscar maneras para que esos que ahora están abajo se gobiernen a sí mismos.
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