Escrito por Ian J. Seda-Irizarry
Son muchos los protagonistas de la historia del pensamiento económico  que han sido revividos durante la llamada “Gran Recesión” socioeconómica  que ha sacudido al mundo y que para muchos significa el fin del régimen  neoliberal. Ideas como las de John Maynard Keynes sobre el papel  intervencionista del gobierno en la economía, Hyman Minsky y su énfasis  en la inestabilidad que trae la especulación financiera, Joseph  Schumpeter y la dinámica de “creación destructiva” del sistema y Karl  Marx y su análisis sobre un capitalismo inherentemente inestable basado  en la explotación, son posiblemente las contribuciones que más han sido  revividas desde las sacudidas en el mercado imobiliario en el 2007. 
Por otro lado tenemos a un Adam Smith cuyo bagaje de ideas es  declarado muerto y superado por los acontecimientos recientes. A Smith  se le atribuye la idea de que en una sociedad donde todo el mundo busca  el beneficio personal, las instituciones del libre mercado y la  propiedad privada son el mejor andamiaje para garantizar la prosperidad  socioeconómica. La famosa “mano invisible” sería entonces la que  brindaría armonía a intereses potencialmente opuestos y destructivos. El  “laissez-faire” sería el estado ideal para que estos principios operen  sin regulación ni intervenciones gubernamentales. En fin, la economía es  vista como un estado natural con el cual uno no debe meterse. 
Todas estas características atribuidas al pensamiento del pensador  escocés, y que tienen cierto aire religioso (Smith era una persona  sumamente espiritual), son las que le han servido al neoliberlismo como  ideología por casi cuatro décadas. Y pues, con la crisis actual del  sistema neoliberal no debe sorprender que Smith sea el primero en la  fila de los que serán empujados por la borda por ofrecernos formas de  pensar que se dice que son “falsas” y han sido “refutadas” por la  presente coyuntura. 
Cada una de las grandes crisis del  capitalismo ha sacudido los pilares del pensamiento económico. Con la de  los treinta se decía que el gobierno debía intervenir para suavizar el  ciclo económico. Con la de los setenta se decía que el gobierno era un  obstáculo para la dinámica innovadora del capitalismo en un momento  donde la competencia internacional se agudizaba. Smith moría y revivía  con las sacudidas del sistema y ahora lo vemos estirar la pata  nuevamente. 
Sin embargo, hay una observación de Adam Smith  que lo pone hoy en día “vivito y coleando” junto a los otros grandes del  pensamiento económico. Y es que en su libro “La Riqueza de las  Naciones”, Smith hace una observación importante que ilumina de manera  sencilla lo que ha ocurrido con los rescates a las entidades del sector  bancario y financiero, y que también nos ayuda a comprender porqué toda  la lucha entre los republicanos y demócratas en Estados Unidos  concerniente a los recortes en el déficit presupuestario ayudó a desviar  la atención de otras posibles soluciones. 
El autor de la  “Riqueza de las Naciones” señaló en ese mismo texto que los grandes  comerciantes y manufactureros de su época eran los mismos que  desarrolaban e implementaban las políticas económicas. Por lo tanto, no  debía sorprender que tales políticas fuesen dirigidas a beneficiarlos a  ellos mismos, aún cuando tales acciones fuesen en detrimento de las  masas. Ya vimos cómo el sector financiero se desempeña como los grandes  comerciantes y manufactureros de la época de Smith al lograr una  gigantesca redistribución de fondos públicos para salvar a gigantes de  ese sector económico con la lógica del “chantaje estructural” de que  esas compañías “eran muy grandes como para dejarlas quebrar y  desaparecer”. Y pues, ahora tenemos un sector financiero mucho más rico y  concentrado. 
Ahora bien, ¿qué tiene que ver lo de arriba  con las luchas presupuestarias que se dieron en Estados Unidos y que  potencialmente tenían como resultado el cierre del gobierno? Para  comenzar se aprobó el recorte del déficit, lo que significa que el  gobierno va a recortar servicios, sin que se discutiera la posibilidad  de aumentar los ingresos del gobierno para reducir ese déficit. ¿Y cómo  se aumentarían los recaudos para reducir el déficit? Evidentemente no  con un impuesto a las masas, a las que se le quiere poner dinero en las  manos para que gasten, sino con un impuesto a los ricos y las  corporaciones que se han beneficiado, no sólo con las acciones recientes  del gobierno, sino con todo el embate del periodo neoliberal. Y es que  según algunos estimados, un impuesto de un 15% al 1% de los individuos  más ricos en Estados Unnidos, muchos de los cuales están relacionados  directa e indirectamente con el sector financiero, prácticamente  borraría el déficit presupuestario (en la década de los 60 la tasa  impositiva era muy superior a ese potencial 15%). 
Esta  posibilidad de gravar mayores impuestos al sector acaudalado en Estados  Unidos es importante porque con una situación de déficit el gobierno se  ve obligado a coger prestado para realizar los gastos previstos para el  siguente año fiscal. Eso significa que cada año subsiguiente parte del  gasto del gobierno va a incluir el repago de la deuda adquirida, lo que a  su vez implica que dinero que podría estar gastándose para beneficiar  de manera directa a los que hoy en día sufren por el desempleo se  utilizaría para pagar los intereses de la deuda adquirida. 
Por último, y no menos importante, el gobierno federal toma prestado de  varias fuentes, entre los que se encuentran precisamente los individuos y  corporaciones a los que potencialmente se les podría gravar ese  impuesto. Esta realidad pone al descubierto un burdo hecho: las  corporaciones e individuos que compran la deuda que emite el gobierno  para financiar el déficit y que reciben un interés por ese préstamo  podrían estar facilitando el dinero a través del pago de un impuesto a  ese mismo gobierno. 
Las discusiones de que si el recorte  presupuestario es de $38,000 millones (cifra relativamente  insignificante si se toma en cuenta que el déficit aprobado bajaría de  $1,500 billones a $1,462 billones) lo que hacen es desviar la atención  de un hecho sencillo: hay sectores muy acaudalados en Estados Unidos que  siguen beneficiándose del sufrimiento de las masas a las cuales se les  siguen recortando servicios y cuyos empleos son cada vez más inestables.  
Como bien dijera Smith, esos grandes intereses muchas veces  toman medidas para su beneficio aún cuando afecten de forma negativa a  las masas, y en este caso utilizan el tirijala de los partidos  políticos, dentro de los cuáles tienen mucha influencia, para ocultar  las posibilidades de soluciones más progresistas. El Adam Smith del  laissez-faire que ha sido refutado y enterrado con la presente crisis al  mismo tiempo ha sido reinvindicado en su análisis sobre el estado y su  relación con los sectores acaudalados.
 
 
 

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