Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar.

- José Martí

Wednesday, November 18, 2009

Después del paro, ¿qué?

Nota: Artículo publicado originalmente en Claridad

Por: Manuel Marqués Bonilla

La movilización fervorosa de más de cien mil trabajadores durante el paro nacional del pasado 15 de octubre en protesta por los despidos en el gobierno es muestra de que el pueblo no quiere el proyecto de reorganización que la administración de Fortuño impulsa.


El paro fue efectivo en paralizar la capital del país, enviando así el mensaje contundente de que la reorganización no será tan fácil como los empresarios locales y el gobierno esperaban. Junto con la mención de otras acciones, incluyendo un boicot de las principales empresas locales que apoyan el proyecto de reorganización, el paro parece haber asustado lo suficiente a los empresarios locales como para que El Nuevo Día, cuyos dueños apoyan a Fortuño, publicara un editorial al día siguiente haciendo llamados a la negociación con los trabajadores.

Más significativo aún es el hecho de que las marchas no se hayan dirigido hacia el Capitolio, sino que hayan desembocado en una concentración frente al mayor centro comercial del país, Plaza las Américas, cuyos dueños también apoyan al gobierno de Fortuño, pues sugiere que los trabajadores están mirando más allá de los representantes de los partidos políticos como sus principales enemigos, como era la costumbre, y se están enfocando en la clase propietaria como su verdadero adversario.

No obstante el éxito de la protesta, tanto en términos de la toma de conciencia como en la demostración de fuerza, todavía no hay un proyecto que venga de los trabajadores para resolver el fracaso del ELA, ni el del capitalismo neoliberal. Esto es peligrosísimo porque nuestros adversarios sí tienen un plan y porque deja la fuerza de los trabajadores expuesta a que otros grupos la utilicen para sus propósitos. La demanda principal del paro (que se detuvieran los despidos) así como la demanda más general de que se revirtiera el plan Fortuño, son necesarias. No cabe duda de que hay que frenar los despidos y además crear nuevos y mejores empleos. Pero exigir empleos sin un plan implica tener que delegar en otras personas que sí tienen un plan la manera en que esos empleos se van a conseguir.

Fortuño y los empresarios, especialmente los asociados a la infraestructura y las finanzas, tienen un plan coherente: sacar los trabajadores del gobierno, donde han ido adquiriendo concesiones, y emplearlos bajo empresas que hagan alianzas público-privadas con el gobierno, las cuales no tienen que ocuparse de todos los beneficios de los trabajadores. Con el ahorro en nómina el gobierno puede entonces emitir deuda para sufragar las alianzas mientras que los trabajadores producirían lo mismo por menos paga y probablemente con menos personal (lo que implica más esfuerzo para los que sí trabajan). El resultado más obvio de esta estrategia es que la riqueza que correspondía a los trabajadores en la forma de beneficios, altos salarios y tiempo libre pasará a manos de los empresarios como capital. Los trabajadores obviamente rechazan estas condiciones de empleo, y éste ha sido el meollo de la protesta.

Ante la radicalización del bando empresarial que Fortuño representa, plantearse como objetivo mantener la situación que le ha dado fuerza a ese grupo de empresarios manganzones para tratar de contenerlo, resulta contradictorio. En la insistencia de atacar al gobierno de Fortuño con una huelga general o con una serie de golpes menos fuertes y más seguiditos (también más viables) para obligarlo a retroceder en su plan, sin cuestionarnos el objetivo que perseguimos, estamos asumiendo tácitamente este objetivo contradictorio. Si el objetivo es meramente sacar a Fortuño rechazando sus reformas pero quedándonos en el estatu quo, el Partido Popular Democrático (PPD), actualmente dividido y debilitado, puede asumir su función tradicional de mantener a los trabajadores contentos para garantizar las ganancias de las compañías estadounidenses y locales. El plan implícito en la lucha ciega contra Fortuño aparece como una mejoría frente a las reformas iniciadas, pero entrega a los Populares los anhelos de los trabajadores.

No faltará quien insista en que montarse en el tren de los Populares no está tan mal, pues al menos pone a los trabajadores en una mejor posición. Quien usa este tipo de argumento olvida que los trabajadores se montaron desde un principio en el tren de los Populares, el cual nos ha traído y dejado donde nos encontramos. El problema con este tipo de argumento es que olvida que las luchas cansan, dejan cicatrices y traumas, y nos enseñan ciertas maneras de seguir peleando. La manera en que los golpes se lanzan así como el tipo de golpe que se da, varía de acuerdo al plan que sigamos, el cual terminamos encarnando. Las luchas son escuelas donde aprendemos qué es lo que queremos.

Cuando el objetivo se reduce a salvar los empleos dentro del ELA, no hay que ir más allá de los medios que el ELA mismo provee, tales como asegurar que el paquete de fondos del gobierno de Obama se canalice hacia las agencias gubernamentales, evitando así las APP, o captar impuestos de la economía subterránea. Tomamos representaciones dadas, como la de Fortuño como un Republicano neoliberal, que poco dicen de la realidad puertorriqueña. Nos limitamos a usar los instrumentos diseñados para pedir concesiones en el ELA, tales como los paros y marchas dirigidas por líderes que, luego de mostrar su mollero político frente al Capitolio, pueden sentarse a negociar, tal y como ahora le gustaría hacer a algunos sectores de los empresarios. Ciertamente, este tipo de lucha tiene la posibilidad de desestabilizar el plan de Fortuño y darle el triunfo al PPD en las elecciones para que tome las medidas tradicionales para salvar el ELA. Pero lo que aprenderíamos de todo esto sería a seguir pensando en términos de Populares y Penepés, Republicanos y Demócratas, en vez de pensar en cómo llevar a cabo nuestro interés de conseguir trabajo bajo nuestro propio control, frente al interés de los empresarios de controlarnos el trabajo. Con los medios que el ELA provee y que asumimos ciegamente, ¿qué posibilidad tenemos de plantearnos las limitaciones que el ELA mismo nos impone; cómo pensaremos en alternativas al ELA? Una vez estemos en la famosa mejor posición bajo el gobierno Popular ya es demasiado tarde, pues en el proceso hemos aprendido muy bien la vieja enseñanza colonial de seguir dejando en manos de otros nuestros deseos. (Para una discusión sobre la importancia de los instrumentos propios de los trabajadores, ver Meléndez, Héctor. “Que empiecen a hablar las masas.” (www.opticagramsciana.com).

Plantear lo que nos conviene se hace en la misma lucha. Pero esto es imposible mientras sigamos operando de acuerdo a los planes y los instrumentos de lo que otros quieren. Los golpes que le asestemos a Fortuño y los empresarios que él representa tienen que enseñarnos la necesidad de tomar control sobre nuestro propio trabajo: tienen que estar diseñados para ello. Esto no necesariamente conlleva rechazar las tácticas que nos propongan los líderes que quieran mantener el estatu quo, pero definitivamente implica transformarlas para nuestros propósitos.

*El autor es estudiante doctoral en el Programa de Pensamiento Social y Político de la Universidad de York, Toronto, y miembro de losexpatriados.blogspot.com .

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