Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar.

- José Martí
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Monday, November 29, 2010

Reforma contributiva, desarrollo y otras sorpresas

Nota: Artículo escrito por Argeo Quiñones y publicado originalmente en http://www.80grados.net/

La realidad mágica-trágica de este país no tiene límites. La ensarta de sorpresas, primero todas malas y ahora, de repente, buenas, continua asombrando. Aparentemente la crisis desapareció. Se declaran las fiestas y comienza el NaviFest 2010. Mientras disfruta de vacaciones familiares fuera del país, el primer ejecutivo proclama: “Queremos que los puertorriqueños vuelvan a vivir las tradiciones del pasado durante un periodo de tregua y unidad familiar”.
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Sunday, July 19, 2009

La crisis colonial en Puerto Rico y los empresarios locales

En Puerto Rico, la crisis global acentúa la crisis colonial. Nuestra crisis estalló dos años antes que la global, siguiendo su reloj interno. Dada la importancia del gobierno en la economía de Puerto Rico, la crisis se presenta como una crisis fiscal. Ahora que la crisis se ha vuelto más palpable que nunca con el despido de miles de empleados públicos (se espera que se despidan entre 30,000 y 45,000 en total), no podemos simplemente lamentarnos por las opciones que no se tomaron ni acusar al gobierno de Fortuño de estar al servicio incondicional del capital o de tomar políticas neoliberales o mucho menos limitarnos a buscar soluciones inmediatas para los cesanteados. La insensatez no se pelea con pataletas ni con soluciones parciales igualmente insensatas. Tenemos que entender el porqué de la crisis para entender así la insensatez del gobierno de Fortuño y las capacidades que tenemos para hacerle frente. Para ello, debemos tomar en cuenta la organización básica del ELA, en donde se origina esa clase empresarial local que ahora se ve a sí misma, en sus versiones más sofisticadas, como uno de los representantes máximos de los puertorriqueños (ver “Coalición aboga por la economía.” El Nuevo Día, 4 de julio de 2009, p. 33) o, en sus versiones más vulgares, como dueña del país (“Pérez Riera proclama al sector privado dueño de PR.” El Vocero, 19 de junio de 2009).
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Friday, April 24, 2009

Soberanía sin Soberanía: Comentario sobre "Elementos Fundamentales en la Educación sobre la Soberanía," de Ángel Israel Rivera, Parte 4

Nota: Este artículo fue escrito por Joel Colón Ríos y Manuel Marqués Bonilla. Lo hemos dividido en cuatro partes que publicaremos durante esta semana. Para leer la primera, segunda, y tercera parte, favor referirse al texto que le sigue a éste.

La necesidad de una lógica no colonial

El problema principal para Rivera es cómo obtener la libre asociación, pero se preocupa además por el problema colonial. No obstante, su teoría de soberanía no toma en cuenta las dimensiones reales del colonialismo y mucho menos puede plantear soluciones. Termina entonces con una soberanía de papel; una soberanía sin soberanía. Al que como a Rivera le interese el problema colonial debería ser consecuente y buscar una explicación a éste que dé soluciones concretas más allá del estatus. No es posible atacar efectivamente a la colonia si partimos de premisas que buscan resolver otros problemas. Mucho menos podemos si partimos de premisas que son producto de la relación colonial, que se dan por sentadas y se justifican a sí mismas.

Por el contrario, sí podemos (y debemos) atacar efectivamente el problema de la soberanía legal si atacamos la colonia. Para ello, no podemos tomar las herramientas tal y como la colonia nos las da. Necesitamos que la premisa con la que armamos nuestra explicación nos represente, no como colegas movilizando medios ya dados, sino como seres creadores, capaces de producir nuestros propios medios para resolver nuestros problemas, en especial las miserias que hemos creado nosotros mismos. Es así que podemos ir moldeando una soberanía verdadera. En este sentido, la educación sobre la soberanía que Rivera propone no debe limitarse a un catálogo de derechos legales, que a lo sumo le permitirían a uno hacer unos trámites burocráticos. Debe comenzar por reconocer la posición que uno ocupa en relación a los medios que uno tiene para resolver sus problemas inmediatos. A partir de ahí uno busca la manera más efectiva para resolverlos y comienza a entender que los medios y problemas que aparentan ser inmediatos son partes de una estructura y de unos problemas más amplios. Es esa estructura que no controlamos pero que sostenemos (y nos sostiene) la que tenemos que cambiar para que sea plenamente nuestra. Entonces uno puede comenzar a verse como soberano, pero como un soberano que se ha atrofiado, que necesita ponerse en forma y que tiene la posibilidad de hacerlo.
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Thursday, April 23, 2009

Soberanía sin Soberanía: Comentario sobre "Elementos Fundamentales en la Educación sobre la Soberanía," de Ángel Israel Rivera, Parte 3

Nota: Este artículo fue escrito por Joel Colón Ríos y Manuel Marqués Bonilla. Lo hemos dividido en cuatro partes que publicaremos durante esta semana. Para leer la primera y segunda parte favor referirse al texto que le sigue a éste.

Las distorsiones de una lógica encerrada en sí misma

Subordinar los procesos sociales a una lógica encerrada en procesos legales fuerza una reinterpretación de la historia a la manera de transacciones entre colegas. Las concesiones necesarias para mantener el poder del imperio sobre la colonia se presentan como consulta a un igual; el problema del consentimiento en el sentido de que los oprimidos toleran a sus opresores se presenta como consentimiento en el sentido de que nos comprometemos a ciertas obligaciones con un igual, y el poder que ostenta EEUU se esconde tras una repartición de "competencias" entre dos iguales. En fin, las relaciones de poder desaparecen y no hay colonia ni imperio. Esto a pesar de que el propio Ángel Israel Rivera dice que "nada de lo que argumentaré aquí borra estos hechos: en diversos momentos históricos fuerzas represivas estadounidenses, o de nuestro propio gobierno, dificultaron [?] que concretáramos la soberanía plena a la cual tenemos derecho o reprimieron a los proponentes de la soberanía plena, sobre todo al independentismo".

En términos políticos, este círculo vicioso implica el posibilismo como estrategia. Como la soberanía sale de nuestra actual relación con EEUU, es allí donde único podemos obtenerla. La soberanía plena, para Rivera, se reduce a reclamar los derechos que supuestamente ya se nos han concedido dentro de la relación con EEUU. El resultado es que la libre asociación es el estatus perfecto, donde finalmente se reconcilian los derechos que formalmente tenemos con los que aún no hemos reclamado. La explicación de Rivera acerca de la soberanía sirve además de fundamento para el gran error de los defensores de la libre asociación: la confusión entre soberanía como el derecho a decidir entre alternativas de status y soberanía como el poder real del pueblo bajo esa alternativa de status. Como sólo pueden pensar la soberanía a partir de la relación con EEUU, terminan limitándola a la selección entre alternativas de estatus. Según hemos señalado anteriormente ("Soberanías atrofiadas, soberanía plena." Claridad, 12 al 18 de marzo), una cosa es que se le reconozca a Puerto Rico el derecho a decidir cuál será su estatus político y otra cosa muy distinta es quién ostenta la soberanía bajo cada una de esas fórmulas.

Pero la consecuencia más amplia de su enfoque es que las elites nacionales pueden dejar prácticamente intactas las estructuras a través de las que gobiernan y ejercen su poder dentro del ELA, pero pueden desarrollar medios para resolver sus problemas de "crecimiento" o supuesto desarrollo económico, y a cambio, si no les queda más remedio, dan al resto del pueblo alguna que otra concesión. Desde el punto de vista de la soberanía en el sentido legal mismo, por ejemplo, bajo la libre asociación, seguirán aplicando leyes de EEUU en nuestro país (la cantidad y naturaleza de las mismas se determinaría en el tratado de libre asociación, pero la aplicación de las leyes de EEUU en Puerto Rico es la consecuencia inevitable de la mentada "delegación de competencias"). Esto es algo sobre lo que los libre asociacionistas convenientemente guardan silencio (y aparentemente a algunos independentistas no se les ha ocurrido preguntarles), pues no lo ven como una forma atrofiada de soberanía, sino como la forma plena de ella.

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Wednesday, April 22, 2009

Soberanía sin Soberanía: Comentario sobre "Elementos Fundamentales en la Educación sobre la Soberanía," de Ángel Israel Rivera, Parte 2

Nota: Este artículo fue escrito por Joel Colón Ríos y Manuel Marqués Bonilla. Lo hemos dividido en cuatro partes que publicaremos durante esta semana. Para leer la primera parte favor referirse al texto que le sigue a éste.

Los argumentos fatulos de Rivera como prueba de soberanía

Para poder lidiar con el poder que de hecho tiene el Congreso, Rivera recurre a la noción de competencias: "es urgente que nuestro gobierno pueda ejercer las competencias internacionales principales para dirigir un proceso dinámico de desarrollo económico." Las competencias son áreas o asuntos específicos a los que se extiende el poder decisional de alguna entidad. Un ejemplo de la "delegación de competencias" bajo la libre asociación sería delegarle a la Federal Communications Commission (FCC) la facultad de regular las comunicaciones en Puerto Rico. La idea es que Puerto Rico ejerza algunas competencias, EEUU, otras. El problema es que el que es soberano plenamente, por definición, no tiene competencias que un país extranjero pueda agenciarse. Dicho de otra manera, el que es soberano de verdad puede actuar sobre cualquier asunto que le concierna.

A la hora de demostrar que la soberanía la tenemos por derecho, Rivera argumenta que Puerto Rico, en cualquier momento, podría "reclamar que las competencias que el Congreso ejerce por nosotros con nuestro consentimiento, nos sean devueltas" (énfasis nuestro). Entender la actual relación como una basada en nuestro consentimiento contractual es particularmente problemático. Si bien a mediados del siglo pasado los puertorriqueños "fueron consultados" en torno a la Ley 600, difícilmente puede decirse que dicha ley fue el producto de nuestro consentimiento. Aún sin considerar que dicho referéndum fue parte de luchas políticas en las que hubo intensa represión estatal, es innegable que sólo se puede consentir a una decisión política si se tiene la oportunidad de seleccionar entre alternativas reales, pues si no, lejos de consentimiento, lo que hay es un acto de coerción disfrazado de proceso electoral. La única decisión viable para los puertorriqueños de 1950 era votar SÍ. No habían alternativas reales: "o 'consientes' a la aplicación en Puerto Rico de todas las leyes de Estados Unidos y adoptas una constitución que regule aspectos del gobierno interno de la isla, o te quedas con la Ley Jones en su versión original."

Rivera también señala que el hecho de que el Congreso nos consultara sobre la Ley 600 en 1950, demuestra que éste reconoce nuestro derecho a ejercer plenamente la soberanía: "Quien consulta pudiendo no consultar, por el mismo hecho de la consulta, le está reconociendo al consultado el derecho y la capacidad de decidir." Como mucho, lo que se reconoce mediante el acto de consultar es la capacidad de entender sobre lo que se consulta, pero esto para nada reconoce derechos y mucho menos la soberanía. Si un amo les pregunta a sus esclavos si quieren marota o viandas, no quiere decir con esto que les reconoce el derecho a decidir sobre su alimentación, y mucho menos el derecho de resolver sus problemas. Sería más absurdo aún pensar que el amo está obligado a emancipar a sus esclavos porque en un momento les preguntó qué preferían comer. Igualmente, no podemos asumir que en determinado momento el Congreso aceptaría tener una obligación legal a reconocer nuestra soberanía porque nos consultó sobre la Ley 600.

Rivera utiliza otros argumentos legales para demostrar que ya somos soberanos por derecho. No podemos reseñarlos todos, pero el problema principal del intento de demostrar que ya somos soberanos en términos legales es que constituye un círculo vicioso. Asumimos que la soberanía es nuestra por derecho; entablamos relaciones con el gobierno de EEUU en las que nos atenemos a ciertas leyes y jurisprudencia, y de esto se concluye que la soberanía nos pertenece. ¿De dónde sale la soberanía que tenemos por derecho y que se supone descanse en los puertorriqueños? Sale de la misma relación con los EEUU en la que se nos reconoce la posibilidad de reclamar ciertos derechos. La soberanía nos pertenece por "derecho natural," pero sólo porque se asume la relación con los EEUU como un estado natural. Lo único que Rivera logra "demostrar" es la extraña creencia con que empezó: que si reclamamos los derechos reconocidos por los EEUU somos soberanos. Estar preso de esta lógica distorsiona problemas que van más allá de asuntos legales.

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Tuesday, April 21, 2009

Soberanía sin Soberanía: Comentario sobre "Elementos Fundamentales en la Educación sobre la Soberanía," de Ángel Israel Rivera, Parte 1

Nota: Este artículo fue escrito por Joel Colón Ríos y Manuel Marqués Bonilla. Lo hemos dividido en cuatro partes que publicaremos durante esta semana.

La importancia de la enajenación en el debate sobre la soberanía

El debate en torno a la soberanía se ha intensificado en los últimos meses. Una de las últimas contribuciones es "Elementos Fundamentales en la Educación sobre la Soberanía," de Ángel Israel Rivera (publicado en la edición de Claridad del 26 de marzo al 1 de abril de 2009). En este breve escrito, nos proponemos responder a algunos de los argumentos allí presentados. Nos parece que aunque el Profesor Rivera tiene buenas intenciones y pone mucho cuidado en sus argumentos, parte de unas premisas que lo llevan a errores serios que todo el que esté interesado en el problema de la soberanía debe evitar.

El argumento principal de Rivera es que "la soberanía ya le pertenece al Pueblo de Puerto Rico." Con esto, el autor no pretende sugerir que Puerto Rico actualmente ejerce de lleno esa soberanía sino que tiene derecho a decidir que nuestro gobierno "pueda ejercer plenamente los atributos o competencias de la soberanía." Según el autor, dicho derecho no está sólo reconocido por el derecho internacional sino por el Congreso de Estados Unidos, de manera que "ningún puertorriqueño debe cometer el dislate de decir que la soberanía la ostenta el Congreso."

Antes de pasar a responder a algunos de los argumentos de Rivera, hay que aclarar que el ejercicio de la soberanía no se limita a meras cuestiones legales. La soberanía, en términos prácticos, se refiere a que el pueblo constantemente actúa y crea los medios necesarios para resolver sus problemas. Visto de esta forma, la soberanía siempre la ejerce el pueblo, aunque a veces sólo pueda hacerlo a medias. Así, incluso en la independencia, podríamos distinguir entre situaciones en que la soberanía del pueblo queda atrofiada como resultado de que unos grupos logran hacerse con el poder (los grandes intereses, la clase política, ya sean nacionales o extranjeros) y la soberanía plena, en la que el pueblo posee las herramientas y la posibilidad real de satisfacer sus necesidades. Negar esta distinción implica negar la existencia de relaciones de poder, lo cual es la forma de eñangotamiento más extrema, pues ni si quiera reconoce la propia situación servil. No hay duda de que en Puerto Rico el Congreso ostenta la soberanía, pues logra dirigir las estructuras que condicionan y limitan la manera en que los puertorriqueños se organizan para resolver sus problemas. También desde un punto de vista puramente legal esto es así, pues el Congreso tiene el poder de adoptar leyes que aplican en Puerto Rico, lo cual es la manifestación legal de la soberanía. Eso es cierto independientemente de que los puertorriqueños hayamos o no consentido a que el Congreso adopte leyes para la isla, o de que podamos rechazar o modificar ese estado de cosas.

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